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Recital de poemas de José Agustin Goytisolo

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miércoles, 30 de diciembre de 2015

GABRIEL CELAYA

Gabriel Celaya
Ana Alejandre                                                                                         

Rafael Múgica Celaya, poeta conocido el pseudónimo de Gabriel Celaya, nació en Hernani, Guipúzcoa, el 18 de marzo de 1911.

Estudió el bachillerato en San Sebastián y la carrera de ingeniero industrial en Madrid, ciudad en la que vivió en esa etapa en la Residencia de Estudiantes, institución de indudable influencia en la cultura española de entonces, por hallarse en ella como profesores y alumnos los más relevantes intelectuales de la época o los que lo serían años después. Esa experiencia le influyó profundamente a Celaya y le dejó un recuerdo permanente que le acompañó toda su vida.

Publicó su primer poemario, Marea de silencio, en 1935, y lo hizo bajo el pseudónimo de Gabriel Celaya con el que se hizo famoso, aunque en su trayectoria literaria usó otros, tales como Rafael Múgica y Juan Leceta.

En la vida del poeta existe un año, 1946, que marcó un hito en su labor poética y también a nivel existencial. Fue a partir de ese año cuando Celaya publicó su ensayo erótico-simbólico Tentativas y también en ese año junto a su compañera, Amparo Gastón, Amparitxu, creó y fundó la colección de poesía Norte, sello editorial bajo el que publicó traducciones de Rainer María Rilke, Paul Éluard, Arthur Rimbaud, o William Blake, ya que pretendía constituir un nexo entre la poesía de la Generación de 1927, la poesía del exilio española y la europea.

Celaya halló su propia voz poética en la que destacan su lenguaje sencillo, claro y de una profunda humanidad, características que aparecen fielmente reflejadas en obras como Movimientos elementales (1947) y, sobre todo, con Tranquilamente hablando (1947) y Las cosas como son (1949), entre otras, ya que fue autor de una extensa obra que cuenta con más de cien títulos.

Posteriormente, y ya en la década de los cincuenta, se decantó por la estética del compromiso, es decir, una poesía de protesta y denuncia política por su aproximación ideológíca al Partido Comunista, en las que utiliza un lenguaje más prosaico acorde con la temática de su poesía de entonces en la que destacan obras tan emblemáticas como Las cartas bocarriba (1951) Lo demás es silencio (1952), Paz y concierto (1953) y Cantos Íberos (1955), obra esta última a la que se considera el máximo exponente de la poesía social, De claro en claro (1956), Las resistencias del diamante (1957) y Episodios nacionales, de 1962. 

Posteriormente, cuando la poesía social fue perdiendo progresivamente su auge, Celaya volvió hacia su voz poética primigenia, a sus verdaderos orígenes poéticos. De esa etapa son los ensayos Exploración de la poesía (1964) e Inquisición a la poesía (1972). Cantata en Aleixandre (1959) y La linterna sorda (1964). Cultivó el experimentalismo y el neovanguardismo de Campos semánticos (1971). Entre sus restantes colecciones cabe mencionar Canto en lo mío (1968), El derecho y el revés (1973), Buenos días, buenas noches (1976) y Penúltimos poemas (1982).); las novelas Lo uno y lo otro (1962), y Los buenos negocios (1966). Es autor también de la pieza teatral El relevo (1963). Entre sus obras más recientes se cuentan las antologías Poesías completas, 1977-1980 (1981) y Gaviota, antología esencial (1990), así como los libros Cantos y mitos(1983), El mundo abierto (1986) y Orígenes (1990).

Sus últimos años de vida estuvieron presididos por la gran penuria económica que le obligó a vender su biblioteca a la Diputación Provincial de Guipúzcoa, así como el Ministerio de Cultura tuvo que sufragar el coste de su estancia en el hospital en 1990.

Celaya fue uno de los más importantes representantes de la llamada "poesía comprometida". En 1957 le fue otorgado el Premio de la Crítica y, en 1986, recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas.

Falleció el 18 de abril de 1991 en Madrid y sus cenizas fueron llevadas a su tierra natal, Hernani, donde fueron esparcidas.


Bibliografía y premios de Gabriel Celaya

Gabriel Celaya
BIBLIOGRAFÍA                                                                                                      

Poesía

Marea del silencio, Zarautz, Itxaropena, 1935.
La soledad cerrada, San Sebastián, Norte, 1947.
Movimientos elementales, San Sebastián, Norte, 1947.
Tranquilamente hablando, San Sebastián, Norte, 1947.
Objetos poéticos, Valladolid, Halcón, 1948.
El principio sin fín, Córdoba, Cántico, 1949.
Se parece al amor, Las Palmas, El Arca Cerrada, 1949.
Las cosas como son, Santander, La Isla de los Ratones, 1949.
Deriva, Alicante, Ifach, 1950.
Las cartas boca arriba, Madrid, Adonais, 1951.
Lo demás es silencio, Barcelona, El Cucuyo, 1952.
Paz y concierto, Madrid, El Pájaro de Paja, 1953.
Vía muerta, Barcelona, Alcor, 1954.
Cantos iberos, Alicante, Verbo, 1955.
De claro en claro, Madrid, Adonais, 1956.
Entreacto, Madrid, Agora, 1957.
Las resistencias del diamante, México, Luciérnaga, 1957.
Cantata en Aleixandre, Palma de Mallorca, Papeles de Son Armadans, 1959.
El corazón en su sitio, Caracas, Lírica Hispánica, 1959.
Para vosotros dos, Bilbao, Alrededor de la Mesa, 1960.
Poesía urgente, Buenos Aires, Losada, 1960.
La buena vida, Santander, La Isla de los Ratones, 1961.
Los poemas de Juan de Leceta, Barcelona, Colliure, 1961.
Rapsodia eúskara, San Sebastián, Biblioteca Vascongada de Amigos del País, 1961.
Episodios nacionales, París, Ruedo Ibérico, 1962.
Mazorcas, Palencia, Rocamor, 1962.
Versos de otoño, Jerez de la Frontera, La Venencia, 1963.
Dos cantatas, Madrid, Revista de Occidente, 1963.
La linterna sorda, Barcelona , El Bardo, 1964.
Baladas y decires vascos, Barcelona, El Bardo, 1965.
Lo que faltaba, Barcelona, El Bardo, 1967.
Poemas de Rafael Múgica,Bilbao, Círculo Literario de Autores, 1967.
Los espejos transparentes, Barcelona, El Bardo, 1968.
Canto en lo mío, Barcelona, El Bardo, 1968.
Poesías completas, Madrid, Aguilar, 1969.
Operaciones poéticas, Madrid, Visor, 1971.
Campos semánticos, Zaragoza, Fuendetodos, 1971.
Dirección prohibida, Buenos, Aires, Losada, 1973.
Función de Uno, Equis, Ene, Zaragoza, Fuendetodos, 1973.
El derecho y el revés, Barcelona, Ocnos, 1973.
La higa de Arbigorriya, Madrid, Visor, 1975.
Buenos días, buenas noches, Madrid, Ayuso, 1978.
Parte de guerra, Barcelona, Laia, 1977.
Poesías completas (1932-1939. Tomo I), Barcelona, Laia, 1977.
Poesías completas (1940-1948. Tomo II), Barcelona, Laia 1977.
Iberia sumergida, Madrid, Hisperión, 1978.
Poesías completas. Tomo III, Barcelona, Laia, 1978.
Poesías completas. Tomo IV, Barcelona, Laia, 1978.
Poesías completas. Tomo V, Barcelona, Laia, 1980.
Poesías completas. Tomo VI, Barcelona, Laia, 1980.
Poemas órficos, en Poesía, hoy (1968-1979) (1981.
Penúltimos poemas, Barcelona, Seix Barral, 1982.
Cantos y mitos, Madrid, Visor, 1984.
Trilogía vasca, San Sebastián, Diputación Foral de Gipuzkoa, 1984.
El mundo abierto, Madrid, Hiperión, 1986.
Orígenes / Hastapenak, San Sebastián, Universidad del País Vasco, 1990.


En colaboración con Amparo Gastón:

Ciento volando, Madrid, Neblí, 1953.
Coser y cantar, Guadalajara, Doña Endrina, 1955.
Música celestial, Cartagena, Balandre, 1958.

PREMIOS

Premio de la Crítica (1957)
Premio Nacional de las Letras Españolas (1986)


ENLACES



Poemas de Gabriel Celaya

Gabriel Celaya
PRIMERAS MATERIAS IBERAS

(De "Iberia sumergida", 1978)

El esparto, la sal, el granito,
lo estrictamente seco, lo ardientemente blanco,
la furia indivisible en la luz absoluta
de un sol por todo lo alto y un espacio vacío.

Las piedras abrasivas y la cal deslumbrada.
El cuarzo y su explosión de estrellas diminutas
metidas en los dentros de lo que no se explica.
Y el explendor del mundo carente de sentido.

Aquí, en los dentros, roca, luz, furia, sequedades,
detalles violentos y a veces luminosos;
y el tejido del aire, los temblores del lino
entre los leves dedos de una brisa insinuante.

Lo digo, y al decirlo, recuerdo cuentas, cuentos
que Plinio registró con nombres sustanciales:
la bellota, la arcilla, la encina y el arrabio,
el vino y el calcanto, la pizarra y la cera,

el escombro, el electro, la plata viva ardiente,
el deslizado aceite, el plomo negro o blanco,
el cárbaso, los higos, la cebolla albarrana,
la sal en bloque, el agua mineral y el conejo.

La luz de los metales: sus encuentros sagrados
y en la noche, enterradas, sus mil aguas quemantes,
y ese furor del oro, rojo león llameante,
y ese azul de aire ardiente, duro esplendor parado.

¡Furias! ¡Dominaciones! ¡Dioses devoradores!
¡Velocidades ciegas! Y de pronto, ante el sol,
un grito alucinado que gira sobre sí,
que puede, que podría ser no se sabe qué.

La vida es tan sencilla...
El mundo abierto (1986)
La vida es tan sencilla que se explica por sí misma,
se basta a sí misma.
¡Mira! Todo está hecho. Todo está ya dado.
Nos basta aceptar
o quizá —somos humanos— alabar
y cantar
a lo que nos maquina sin dejarse pensar.
Todo está aquí. ¿No lo ves?
No hay razón ni más allá.
¡Somos felices! Vivimos los instantes explosivos
de alegría o de dolor, de rabia o de amor,
y si no
es que estamos distraídos, aburridos.
No hay nada que esperar. No hay nada que temer.
También la muerte
llegará cuando nos sea fielmente necesaria
y la recibiremos con verdadera ansia.
Desde que nacimos
nos estamos preparando para que nos consuma.


LA IRRACIONAL ALEGRÍA

(De "Poemas órficos", 1978)

En la mañana clara, la risa de los dioses
retumba como un trueno.
El toro subterráneo levanta la cabeza
y los árboles tiemblan millonarios de hojas.

Tempestad transparente. ¡Azul! Y de repente
una leve sonrisa femenina, perdida,
condena al silencio los grandes poderes,
y parece que algo dice.
                                Pero no dice nada. 

LA VIDA, AHÍ FUERA

(De "Poemas órficos", 1978)

Esa vida que no es mía y me rodea,
el misterio de la muerte, lo que llamamos la muerte
y el misterio de la vida siempre abierta,
lo que llamamos la vida
en el árbol, en las nubes y en el agua,
y en el viento y en el mundo que es quien es sin ser humano,
y en la inmensa transparencia que no se dice, se muestra
en eso que busqué tanto y ahora encuentro regresando:
La infancia, quizá, la infancia, nuestro final seguro,
nuestro cuento, nuestro canto, nuestra mágica conciencia:
El total de lo sin fin y de la vida abierta.

DEDICATORIA FINAL (Función de Amparitxu)

(De "Función de uno, equis, ene", 1973)

Pero tú existes ahí. A mi lado. ¡Tan cerca!
Muerdes una manzana. Y la manzana existe.
Te enfadas. Te ríes. Estás existiendo.
Y abres tanto los ojos que matas en mí el miedo,
y me das la manzana mordida que muerdo.
¡Tan real es lo que vivo, tan falso lo que pienso
que -¡basta!- te beso!
                               ¡Y al diablo los versos,
y Don Uno, San Equis, y el Ene más Cero!
Estoy vivo todavía gracias a tu amor, mi amor,
y aunque sea un disparate todo existe porque existes,
y si irradias, no hay vacío, ni hay razón para el suicidio,
ni lógica consecuencia. Porque vivo en ti, me vivo,
y otra vez, gracias a ti, vuelvo a sentirme niño.

A BLAS DE OTERO
  (del poemario Las cartas boca arriba (1951) 
Amigo Blas de Otero: Porque sé que tú existes,
y porque el mundo existe, y yo también existo,
porque tú y yo y el mundo nos estamos muriendo,
gastando nuestras vueltas como quien no hace nada,
quiero hablarte y hablarme, dejar hablar al mundo
de este dolor que insiste en todo lo que existe.
Vamos a ver, amigo, si esto puede aguantarse:
El semillero hirviente de un corazón podrido,
los mordiscos chiquitos de las larvas hambrientas,
los días cualesquiera que nos comen por dentro,
la carga de miseria, la experiencia —un residuo—,
las penas amasadas con lento polvo y llanto.
Nos estamos muriendo por los cuatro costados,
y también por el quinto de un Dios que no entendemos.
Los metales furiosos, los mohos del cansancio,
los ácidos borrachos de amarguras antiguas,
las corrupciones vivas, las penas materiales...
todo esto —tú sabes—, todo esto y lo otro.
Tú sabes. No perdonas. Estás ardiendo vivo.
La llama que nos duele quería ser un ala.
Tú sabes y tu verso pone el grito en el cielo.
Tú, tan serio, tan hombre, tan de Dios aun si pecas,
sabes también por dentro de una angustia rampante,
de poemas prosaicos, de un amor sublevado.
Nuestra pena es tan vieja que quizá no sea humana:
ese mugido triste del mar abandonado,
ese temblor insomne de un follaje indistinto,
las montañas convulsas, el éter luminoso,
un ave que se ha vuelto invisible en el viento,
viven, dicen y sufren en nuestra propia carne.
Con los cuatro elementos de la sangre, los huesos,
el alma transparente y el yo opaco en su centro,
soy el agua sin forma que cambiando se irisa,
la inercia de la tierra sin memoria que pesa,
el aire estupefacto que en sí mismo se pierde,
el corazón que insiste tartamudo afirmando.
Soy creciente. Me muero. Soy materia. Palpito.
Soy un dolor antiguo como el mundo que aún dura.
He asumido en mi cuerpo la pasión, el misterio,
la esperanza, el pecado, el recuerdo, el cansancio,
Soy la instancia que elevan hacia un Dios excelente
la materia y el fuego, los latidos arcaicos.
Debo salvarlo todo si he de salvarme entero.
Soy coral, soy muchacha, soy sombra y aire nuevo,
soy el tordo en la zarza, soy la luz en el trino,
soy fuego sin sustancia, soy espacio en el canto,
soy estrella, soy tigre, soy niño y soy diamante
que proclaman y exigen que me haga Dios con ellos.
¡Si fuera yo quien sufre! ¡Si fuera Blas de Otero!
¡Si sólo fuera un hombre pequeñito que muere
sabiendo lo que sabe, pesando lo que pesa!
Mas es el mundo entero quien se exalta en nosotros
y es una vieja historia lo que aquí desemboca.
Ser hombre no es ser hombre. Ser hombre es otra cosa.
Invoco a los amantes, los mártires, los locos
que salen de sí mismos buscándose más altos.
Invoco a los valientes, los héroes, los obreros,
los hombres trabajados que duramente aguantan
y día a día ganan su pan, mas piden vino.
Invoco a los dolidos. Invoco a los ardientes.
Invoco a los que asaltan, hiriéndose, gloriosos,
la justicia exclusiva y el orden calculado,
las rutinas mortales, el bienestar virtuoso,
la condición finita del hombre que en sí acaba,
la consecuencia estricta, los daños absolutos.
Invoco a los que sufren rompiéndose y amando.
Tú también, Blas de Otero, chocas con las fronteras,
con la crueldad del tiempo, con límites absurdos,
con tu ciudad, tus días y un caer gota a gota,
con ese mal tremendo que no te explica nadie.
Irónicos zumbidos de aviones que pasan
y muertos boca arriba que no, no perdonamos.
A veces me parece que no comprendo nada,
ni este asfalto que piso, ni ese anuncio que miro.
Lo real me resulta increíble y remoto.
Hablo aquí y estoy lejos. Soy yo, pero soy otro.
Sonámbulo transcurro sin memoria ni afecto,
desprendido y sin peso, por lúcido ya loco.
Detrás de cada cosa hay otra cosa que es la misma,
idéntica y distinta, real y a un tiempo extraña.
Detrás de cada hombre un espejo repite
los gestos consabidos, mas lejos ya, muy lejos.
Detrás de Blas de Otero, Blas de Otero me mira,
quizá me da la vuelta y viene por mi espalda.
Hace aún pocos días caminábamos juntos
en el frío, en el miedo, en la noche de enero
rasa con sus estrellas declaradas lucientes,
y era raro sentirnos diferentes, andando.
Si tu codo rozaba por azar mi costado,
un temblor me decía: «Ese es otro, un misterio.»
Hablábamos distantes, inútiles, correctos,
distantes y vacíos porque Dios se ocultaba,
distintos en un tiempo y un lugar personales,
en las pisadas huecas, en un mirar furtivo,
en esto con que afirmo: «Yo, tú, él, hoy, mañana»,
en esto que separa y es dolor sin remedio.
Tuvimos aún que andar, cruzar calles vacías,
desfilar ante casas quizá nunca habitadas,
saber que una escalera por sí misma no acaba,
traspasar una puerta —lo que es siempre asombroso—,
saludar a otro amigo también raro y humano,
esperar que dijeras —era un milagro—: Dios al fin escuchaba.
Todo el dolor del mundo le atraía a nosotros.
Las iras eran santas; el amor, atrevido;
los árboles, los rayos, la materia, las olas,
salían en el hombre de un penar sin conciencia,
de un seguir por milenios, sin historia, perdidos.
Como quien dice «sí», dije Dios sin pensarlo.
Y vi que era posible vivir, seguir cantando.
Y vi que el mismo abismo de miseria medía
como una boca hambrienta, qué grande es la esperanza.
Con los cuatro elementos, más y menos que hombre,
sentí que era posible salvar el mundo entero,
salvarme en él, salvarlo, ser divino hasta en cuerpo.
Por eso, amigo mío, te recuerdo, llorando;
te recuerdo, riendo; te recuerdo, borracho;
pensando que soy bueno, mordiéndome las uñas,
con este yo enconado que no quiero que exista,
con eso que en ti canta, con eso en que me extingo
y digo derramado: amigo Blas de Otero.

 A PABLO NERUDA
  del poemario Las cartas boca arriba (1951) 

        Te escribo desde un puerto.
        La mar salvaje llora.
Salvaje, y triste, y solo, te escribo abandonado.
Las olas funerales redoblan el vacío.
Los megáfonos llaman a través de la niebla.
La pálida corola de la lluvia me envuelve.
        Te escribo desolado.
        El alma a toda orquesta,
        la pena a todo trapo,
te escribo desde un puerto con un gemido largo.
¡Ay focos encendidos en los muelles sin gente!
¡Ay viento con harapos de música arrastrada,
campanas sumergidas y gargantas de musgo!
        Te escribo derrotado.
        Soy un hombre perdido.
        Soy mortal. Soy cualquiera.
Recuerdo la ceniza de su rostro de nardo,
el peso de tu cuerpo, tus pasos fatigosos,
tu luto acumulado, tu montaña de acedia,
tu carne macilenta colgando en la butaca,
        tus años carcelarios.
        Caliente y sudorosa,
        obscena, y triste, y blanda,
la butaca conserva, femenina, aquel asco.
La pesadumbre bruta, la pena sexual, dulce,
las manchas amarillas con su propio olor acre,
esa huella indecente de un hombre que se entrega,
        lo impúdico: tu llanto.
        Viviendo, viendo, oyendo,
        sucediéndote a ciegas,
lamiendo tus heridas, reptabas por un fango
de dulces linfas gordas, de larvas pululantes,
letargos vegetales y muertes que fecundan.
Seguías, te seguías sin vergüenza, viviendo,
        ¡oh blando y desalmado!
        Tú, cínico, remoto,
        dulce, irónico, triste;
tú, solo en tu elemento, distante y desvelado.
No era piedad la anchura difusa en que flotabas
con tu sonrisa ambigua. Fluías torpemente,
pasivo, indiferente, cansado como el mundo,
        sin un yo, desarmado.
        Estaciones, transcursos,
        circunstancias confusas,
oceánicos hastíos, relojes careados,
eléctricos espartos, posos inconfesables,
naufragios musicales, materias espumosas
y noches que tiritan de estrellas imparciales,
        te hicieron más que humano.
        Allí todo se funde.
        Los objetos no objetan.
Liso brilla lo inmenso bajo un azul parado
y en las plumas sedantes la luz del mundo escapa,
sonríe, tú sonríes, remoto, indiferente,
bestial, grotesco, triste, cruel, fatal, adorado
        como un ídolo arcaico.
        Sin intención, sin nombre,
        sin voluntad ni orgullo,
promiscuo, sucio, amable, canalla, nivelado,
capaz de darte a todo, común, diseminabas
podrido las semillas amargas que revientan
en la explosión brillante de un día sin memoria.
        No eras ni alto ni bajo.
        La doble ala del fénix:
        furor, melancolía,
el temblor luminoso de la espira absorbente;
la lluvia consentida que duerme en los pianos;
las canciones gangosas lentamente amasadas;
los ojos de paloma sexuales y difuntos;
        cargas opacas; pactos.
        Caricias o perezas,
        extensiones absortas
en donde a veces somos tan tercamente abstractos
y otras veces los pelos fosforecen sexuales,
y fría, dulce, ansiosa, la lisa piel de siempre,
serpiente, silba, sorbe y envuelve en sus anillos
        un triste cuerpo amado.
        No hay clavo último ardiendo,
        no hay centro diamantino,
no hay dignidad posible cuando uno ha visto tanto
y está triste, está triste, sencillamente triste,
se entrega atribulado y en lo efímero sabe
ser otro con los otros, de los otros, en otros:
        seguir, seguir flotando.
        ¡Oh inmemorial, oh amigo
        amorfo, indiferente!
Deslizándote denso de plasmas milenarios,
tardío, legamoso de vidas maceradas,
cubierto de amapolas nocturnas, indolente,
por tu anchura sin ojos ni límites, acuosa,
        te creía acabado.
        Mas hoy vuelves, proclamas,
        constructor, la alegría;
te desprendes del caos; determinas tus actos
con voluntad terrena y aliento floral, joven.
Ni más ni menos que hombre, levantas tu estatua,
recorres paso a paso tu más acá, lo afirmas,
        llenas tu propio espacio.
        Los jóvenes obreros,
        los hombres materiales,
la gloria colectiva del mundo del trabajo
resuenan en tu pecho cavado por los siglos.
Los primeros motores, las fuerzas matinales,
la explotación consciente de una nueva esperanza
        ordenan hoy tu canto.
        Contra tu propia pena,
        venciéndote a ti mismo,
apagando, olvidando, tú sabes cuánto y cuánto,
cuánta nostalgia lenta con cola de gran lujo,
cuánta triste sustancia cotidiana amasada
con sudor y costumbres de pelos, lluvias, muertes,
        escuchas un mandato.
        Y animas la confianza
        que en ti quizá no existe;
te callas tus cansancios de liquen resbalado;
te impones la alegría como un deber heroico.
¡Por las madres que esperan, por los hombres que aún ríen,
debemos de ponernos más allá del que somos,
        sirviéndolos, matarnos!
        Con rayos o herramientas,
        con iras prometeicas,
con astucia e insistencia, con crueldad y trabajo,
con la vida en un puño que golpea la hueca
cultura de una Europa que acaricia sus muertos,
con todo corazón que, valiente, aún insiste,
        del polvo nos alzamos.
        Cantemos la promesa,
        quizá tan solo un niño,
unos ojos que miran hacia el mundo asombrados,
mas no interrogan; claros, sin reservas, admiran.
¡Por ellos combatimos y a veces somos duros!
¡Bastaría que un niño cualquiera así aprobara
        para justificarnos!
        Te escribo desde un puerto,
        desde una costa rota,
desde un país sin dientes, ni párpados, ni llanto.
Te escribo con sus muertos, te escribo por los vivos,
por todos los que aguantan y aún luchan duramente.
Poca alegría queda ya en esta España nuestra.
        Mas, ya ves, esperamos.

A veces me figuro que estoy enamorado
(del poemario Tranquilamente hablando, 1947)
A veces me figuro que estoy enamorado,
y es dulce, y es extraño,
aunque, visto por fuera, es estúpido, absurdo.
Las canciones de moda me parecen bonitas,
y me siento tan solo
que por las noches bebo más que de costumbre.
Me ha enamorado Adela, me ha enamorado Marta,
y, alternativamente, Susanita y Carmen,
y, alternativamente, soy feliz y lloro.
No soy muy inteligente, como se comprende,
pero me complace saberme uno de tantos
y en ser vulgarcillo hallo cierto descanso.

MOMENTOS FELICES
del poemario De claro en claro (1956) 
Cuando llueve y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?
Cuando salgo a la calle silbando alegremente
—el pitillo en los labios, el alma disponible—
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican la alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que se siente?
Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro —sé que todo es fiado—,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así la muerte,
¿no es la felicidad lo que trasciende?
Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es la felicidad lo que amanece?
Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?
Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?
Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
«Estaba justamente pensando en ir a verte».
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?
Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarme en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?

CÓMO VAS MURIENDO
(del poemario Tranquilamente hablando,1947)
Cuéntame cómo vives;
dime sencillamente cómo pasan tus días,
tus lentísimos odios, tus pólvoras alegres
y las confusas olas que te llevan perdido
en la cambiante espuma de un blancor imprevisto.
Cuéntame cómo vives.
Ven a mí, cara a cara;
dime tus mentiras (las mías son peores),
tus resentimientos (yo también los padezco),
y ese estúpido orgullo (puedo comprenderte).
Cuéntame cómo mueres.
Nada tuyo es secreto:
la náusea del vacío (o el placer, es lo mismo);
la locura imprevista de algún instante vivo;
la esperanza que ahonda tercamente el vacío.
Cuéntame cómo mueres,
cómo renuncias —sabio—,
cómo —frívolo— brillas de puro fugitivo,
cómo acabas en nada
y me enseñas, es claro, a quedarme tranquilo.
LOS ESPEJOS TRANSPARENTES

(De "Los espejos transparentes", 1967)

Uno dice lo que dice, mas no dice lo que piensa.
Los espejos no reflejan: transparentan.
Todo mira fascinante de frente, pero no existe.
Todo vuelve por detrás y es lo real, invisible.
En lo que veo, no veo; en lo que no veo, creo;
en toda imagen apunta una múltiple presencia,
palpitante intermitencia del corazón: confusión;
y así me siento indeciso como un pobre hombre perdido,
como tú que ¿quién eres?, como yo que ¿quién soy?

Los espejos que me escupen hacia fuera, y hacia dentro
me proponen transparencias de distancias y silencios,
deben ser, quiero que sean, para mis obras ejemplo,
con mucha luz hacia fuera, con más secreto hacia dentro.
Juego al juego, sí, con trampa, como hay doblez en los versos.

Así se cuentan las cosas que nos pasan cada día,
y bien contadas parecen fascinantes y sin alma.
Si se piensa, nada es lo que se ve en el espejo.
La luz grande es un abismo y un estúpido misterio.

NIÑEZ SONÁMBULA

(De "Los espejos transparentes", 1967)

Era una casa grande, vacía, llena de ecos,
con veinte ventanales abiertos hacia el mar.
Y el mar sonaba triste contra el acantilado
como el destino sueña y acaba por matar.
Era una casa rara porque nada pasaba
y siempre parecía que algo iba a pasar.
Era una casa loca como aquella en que, niño,
según ahora me explican, nunca llegué a vivir,
pero que yo recorro, sabiendo los secretos
de sus cien corredores y sus puertas ocultas,
sus vueltas y revueltas, sus cámaras cargadas
de perfumes pesados y de un pasado horror
que todas las ventanas abiertas hacia un mar
de luz y de aventura, y disponibilidad,
no barren con su brisa, ni liberan del ¡ay!
Era una casa antigua. Y triste sin razón.
Allí viví de niño, y allí vivo de veras
por mucho que me nieguen. Y así, ciego, atravieso
los pasillos sin fin y las salas vacías,
y esas puertas que empujo para abrir otras salas,
todas ricas, lujosas, con sus tapicerías,
relojes, porcelanas, cortinas y recuerdos.
Todas eran iguales, repetidas, abiertas,
la rosa y la morada, la del león de oro,
la del abuelo Juan... ¿En qué se distinguían?
Yo abría puertas, puertas, buscando una salida,
lloraba algunas veces sin saber bien por qué,
y huía como un ciervo frente a aquella doncella
que me decía amable: "¿Qué quiere el señorito?"
Huir, huir, mi vida sólo ha sido una huida
sin saber hacia dónde y sin saber por qué.
Huir de aquella casa donde viví de niño,
aunque según me dicen nunca viví de veras.
No es un sueño. No. Veo oculto y real
a ese niño que mira con ojos espantados
detrás de una ventana, la mar, el mar, la mar.

ESPAÑA EN MARCHA
(del poemario Cantos iberos, 1955)
Nosotros somos quien somos.
¡Basta de Historia y de cuentos!
¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos.
Ni vivimos del pasado,
ni damos cuerda al recuerdo.
Somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos.
Somos el ser que se crece.
Somos un río derecho.
Somos el golpe temible de un corazón no resuelto.
Somos bárbaros, sencillos.
Somos a muerte lo ibero
que aún nunca logró mostrarse puro, entero y verdadero.
De cuanto fue nos nutrimos,
transformándonos crecemos
y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a muerto.
¡A la calle! que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo.
No reniego de mi origen
pero digo que seremos
mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo.
Españoles con futuro
y españoles que, por serlo,
aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno.
Recuerdo nuestros errores
con mala saña y buen viento.
Ira y luz, padre de España, vuelvo a arrancarte del sueño.
Vuelvo a decirte quién eres.
Vuelvo a pensarte, suspenso.
Vuelvo a luchar como importa y a empezar por lo que empiezo.
No quiero justificarte
como haría un leguleyo,
Quisiera ser un poeta y escribir tu primer verso.
España mía, combate
que atormentas mis adentros,
para salvarme y salvarte, con amor te deletreo.

 LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO
  Cantos íberos (1955)
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas.  Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
 DESPEDIDA
Paz y concierto (1953)  
Quizás, cuando me muera,
dirán: Era un poeta.
Y el mundo, siempre bello, brillará sin conciencia.
Quizás tú no recuerdes
quién fui, mas en ti suenen
los anónimos versos que un día puse en ciernes.
Quizás no quede nada
de mí, ni una palabra,
ni una de estas palabras que hoy sueño en el mañana.
Pero visto o no visto,
pero dicho o no dicho,
yo estaré en vuestra sombra, ¡oh hermosamente vivos!
Yo seguiré siguiendo,
yo seguiré muriendo,
seré, no sé bien cómo, parte del gran concierto.

UNA PAREJA PERDIDA
(de Operaciones poéticas)
Iban los dos vestidos con descaro
—minifalda, melenas—
cogidos de la mano,
tan jóvenes que casi daban miedo,
tan absortos en un cero
que, aunque no se veían, les unía absolutos
algo fieramente puro.
Iban a cualquier parte cogidos de la mano.
Se amaban sin tristeza,
ni alegría, ni nada.
Y a veces se miraban, pero no se veían.
Y luego se sentaban en un banco cualquiera.
Pero no se veían.
Ella era muy bonita; parecía aturdida;
él, feroz y esmirriado.
No hablaban. No tenían ya nada que decirse.
Ya no se deseaban.
Pero seguían juntos, cogidos de la mano,
frente a algo que espantaba.
Mientras el transistor seguía sonando.

EN EL FONDO DE LA NOCHE TIEMBLAN LAS AGUAS DE PLATA 

(De "Marea de silencio", 1935)

En el fondo de la noche tiemblan las aguas de plata.
La luna es un grito muerto en los ojos delirantes.
Con su nimbo de silencio
pasan los sonámbulos de cabeza de cristal,
pasan como quien suspira,
pasan entre los hielos transparentes y verdes.

Es el momento de las rosas encarnadas y los puñales de acero
sobre los cuerpos blanquísimos del frío.

En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio;
los hombres gritan tan alto que solo se oye la luna.

Es el momento en que los niños se desmayan sobre los pianos,
el momento de las estatuas en el fondo transparente de las aguas,
el momento en que por fin todo parece posible.
En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio.

Decidme lo que habéis visto los que estabais con la cabeza vuelta.
La quietud de esta hora es un silencio que escucha,
el silencio es el sigilo de la muerte que se acerca.
Decidme lo que habéis visto.
En el fondo de la noche
hay un escalofrío de cuerpos aterido