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Recital de poemas de José Agustin Goytisolo

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domingo, 27 de agosto de 2017

RAFAEL MORALES CASAS




Rafael Morales, poeta
Rafael Morales Casas, poeta español, nació en Talavera de la Reina (Toledo), el 31 de julio de 1919. Desde muy pequeño se sintió atraído por la poesía. Sus primeros poemas los publicó en la revista Rumbos.

Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid, fue becado para estudiar dos años en Portugal durante la II Guerra Mundial, país en el que se licenció en Literatura Portuguesa por la Universidad de Coímbra.

Su poesía, en un primer momento, estuvo integrada en lo que Dámaso Alonso llamó poesía arraigada que formaban la primera generación de poetas de la posguerra española, con el uso de la estrofa clásica y una profunda serenidad conceptual e inspirada en la poesía de Miguel Hernández, sobre todo en sus sonetos. De esta época es su primer poemario Poemas del toro (1943), que inició la colección poética Adonáis; le siguió El corazón y la tierra (1946). Fue con su obra Los desterrados  (1947) cuando escribió el primer libro de poesía social y existencial de su época y se integró de pleno derecho en la llamada poesía desarraigada. Esta última obra tiene como tema principal a toda clase de marginados de la sociedad y desvastados por la desdicha.

Posteriormente, publicó Poesías completas (1949) y Canción sobre el asfalto(1954), cuyo tema trata de la ciudad, sus luces y sombras, y alaba a las pequeñas cosas, a lo que parece sin importancia en su humildad, quizás inspirada en "Odas elementales" del chileno Pablo Neruda). A estos se suman los títulos La rueda y el viento (1971), Prado de serpientes (1982), cuyo título se inspira en una expresión al final de La Celestina, y Obra poética

Tradujo, en colaboración el poeta inglés Charles David Ley, la obra del poeta portugués Alberto de Serpa que fue publicada en la colección Adonáis. Escribió Antología y pequeña historia de mis libros (1958) y algunas narraciones de temática taurina. También le dedicó tiempo e interés a la literatura infantil y juvenil, escribiendo obras como Dardo, el caballo del bosque o Narraciones de la vieja India, Leyendas del Río de la Plata, Leyenda del Caribe, Leyenda de los Andes, Leyenda del Al-Andalus y otras muchas. Su obra Granadeño, toro bravo  es un intento de explorar la mente del toro. Publicó Reflexiones sobre mi poesía. De sus trabajos finales sobresalen Entre tantos adioses (1993) y Poemas de la luz y la palabra (2003).

Tuvo una intensa dedicación a la literatura, dirigiendo el Aula de Literatura del Ateneo de Madrid y la revista La Estafeta Literaria. Colaboró en El mono azul y formo parte de la Liga de Intelectuales Antifascistas, además de asesor de la revista Poesía Española, publicada por la Dirección General de Prensa y ejerció como crítico literario en la revista Ateneo y en la prensa española, llegando a escribir en el diario falangista Arriba; así como fue colaborador en la sección de Filología y Literatura de la Enciclopedia de la Cultura Española.

Entre sus numerosos premios se encuentran el Premio Nacional de Literatura de 1954, el Gibraltar que otorgaba el semanario madrileño Juventud y el internacional de poesía Ciudad de Melilla de 1993 por su libro Entre tantos adioses.


Murió en Madrid el 29 de junio de 2005.

Bibliografía de Rafael Morales Casas

Obras
Rafael Morales Casas

Poemas del toro, M., Col. Adonais, 1943.
El corazón y la tierra, Valladolid, Halcón, 1946.
Los desterrados, M., Col. Adonais, 1947.
Poemas del toro y otros versos, M., Afrodisio Aguado, 1949 (Prólogo de José María de Cossío).
Canción sobre el asfalto, M., Los Poetas, 1954 (Premio Nacional de Literatura).
Antología y pequeña historia de mis versos, M., Escelicer, 1958.
La máscara y los dientes, M., Prensa Española, 1962.
Poesías completas, M., Giner, 1967.
La rueda y el viento, Salamanca, Álamo, 1971.
Obra poética (1943-1981), M., Espasa-Calpe, 1982 (Con el libro inédito Prado de Serpientes. Prólogo de Claudio Rodríguez).
Entre tantos adioses, Melilla, Rusadir, 1993.
Obra poética completa (1943-1999), M., Calambur, 1999.
Poemas de la luz y la palabra (2003)   

POEMAS DE RAFAEL MORALES CASAS


Rafael Morales Casas
AUSENCIA
(de El corazón y la tierra, 1946)

Estoy solo en el campo. El mundo está vacío
sin ti. Yo palpo, triste, la soledad del cielo...,
dejo mi alma lenta que se la lleve el río,
que un pájaro se lleve mi corazón en vuelo.

La soledad, la ausencia, concrétanse en la roca,
y el silencio se expande como niebla en mis venas;
el campo me parece la ofrenda de tu boca
y acaricio tu piel si toco las arenas.

Estoy solo en el campo, sin ti, de Talavera.
Oigo por este árbol crecer tu sangre amada,
subir hasta los cielos, colmar la primavera,
mientras me sienta ausencia, suspiro.,viento, nada.

GATO NEGRO EN EL PASEO DE LAS DELICIAS

(de Prado de serpientes, 1982)

Es hermoso este gato de color de paraguas
mojado por la lluvia.
Miro su desamparo en medio de la calle,
miro su islita negra de terror y de asombro.

Podría tocar la noche y su silencio
si acercase mi mano a su congoja,
sentir entre mis dedos la esperanza de alguien
o quizás a Dios mismo
clamando en este gato,
en este miedo oscuro,
en este gran olvido de los hombres.

 LAS AMANTES VIEJAS

( de Los desterrados (1947)

¡Ay, carne de destierro, ayer amante,
reseca carne vieja y apagada,
recuerdo ya del tiempo caminante,
desierto de ilusión, rama tronchada,
flor de la ausencia pálida y constante!

¿En dónde aquella luz de la mirada
escondió su fulgor y su hermosura?
Acaso boga ya, deshabitada,
por un cielo lejano, dulce y pura,
perdida, amor, herida y olvidada.

¡Ay, los pechos de nieve, casi vuelo,
de suave vientecillo y de manzana,
montecillos de amor, temblor de cielo!...
Como mis flores muertas en la vana
ausencia caen para buscar el suelo.

¿En dónde está la púrpura templada
de aquellos labios de mojado fuego?
Entró en ellos la noche despiadada
y todo lo dejó desierto y ciego,
todo destierro y sombra de la nada.

OCASO EN EL PARQUE

(de La máscara y los dientes (1958) (1962) Segunda parte)

La tarde iba cayendo. Lentamente,
como se alacia un fruto de dorada
piel sensitiva, silenciosa y pura
la luz palidecía y se mustiaba.
Con tímida ternura se afligía
sobre el aire doliente, sobre el agua
que antes brillaba con metal, con ira,
con súbitos cuchillos que pasaban...
Por la verde arboleda, entre el ramaje,
en un pálido adiós se deslizaba
y en el extremo de las ramas puras
era una pena dolorida y clara.

En la arena del parque, sobre el césped,
las fugitivas sombras se alargaban
leves y dulces, pálidas, confusas
en busca de la noche, hacia su nada.
La furia del color, su poderosa
plenitud virginal se sosegaba.
Ya el gran mineral, el rojo altivo,
el azul sideral y el escarlata
de hiriente dentellada vengativa
tenuemente cansados replegaban
sus grandes alas silenciosas, puras,
abatidas, serenas, derrotadas.

Los tiernos amarillos se extinguían
y era un suspiro fugitivo el malva,
lo gris iba creciendo, oscureciendo,
adensando negror entre las ramas.
Las sombras se fundían. Ya la noche
entre la yerba humilde se ocultaba,
se hundía entre las cosas; quedamente
invadía los huecos suave y mansa
y luego, sigilosa, se extendía,
caía sobre el mundo. Era una garra
que en el aire se hundía, que en la tierra,
lenta, implacable, firme se adentraba.
Pero la vida viva proseguía,
pero la vida viva levantaba
en medio de la sombra, de la noche
surtidores de sangre, de palabras,
dientes y risas, besos, corazones,
arracimada furia, plural ansia;
surgía entre las uñas de la sombra,
brotaba incontenible como un agua,
surgía por la boca y por los ojos
de la nocturna y planetaria máscara.

Allí estaba la vida, sí.
Era una densa palpitación,
una gozosa presencia interminable,
una gran eclosión germinal,
una gran plenitud bajo la noche,
un inmenso ramaje desplegado,
unas alas abiertas, unas ciegas raíces
bajando febricentes
hasta el profundo secreto seminal,
hasta el latente y puro corazón genesiaco.

PALABRAS

(Prado de serpientes, 1982)

Yo fui quedando en mis palabras,
en su temblor incierto,
en su silábico latido,
en su perpetuo congregarse en sueños,
en sus cansadas caravanas perdidas.
Yo surgí de sus pétalos caídos,
de sus alas efímeras,
fugaces en el aire.

Yo edifiqué mi vida en otras vidas,
penetré en la memoria y en el tiempo
palabra tras palabra,
ceniza tras ceniza,
aire tan sólo que al aire pertenece.
Yo edifiqué mi vida en el olvido.

UNA MANO DE NIEBLA TEMEROSA

Una mano de niebla temerosa
llega a tu corazón doliente y fría,
y aprieta lentamente, como haría
el aire más sereno con la rosa.

Su dulce sombra, mansa y silenciosa,
sube a tus ojos su melancolía,
apagando tu dura valentía
en la pálida arena rumorosa.

La dura pesadumbre de la espada
no permite siquiera tu mugido:
poderosa y tenaz está clavada.

Tú ves cerca de ti a quien te ha herido
y tiendes tu mirada sosegada
sin comprender, ¡oh toro!, cómo ha sido.

UNA MANO DE NIEBLA TEMEROSA

(de   Poemas del toro y otros versos, 1940-1941-1949)

Una mano de niebla temerosa
llega a tu corazón doliente y fría,
y aprieta lentamente, como haría
el aire más sereno con la rosa.

Su dulce sombra, mansa y silenciosa,
sube a tus ojos su melancolía,
apagando tu dura valentía
en la pálida arena rumorosa.

La dura pesadumbre de la espada
no permite siquiera tu mugido:
poderosa y tenaz está clavada.

Tú ves cerca de ti a quien te ha herido
y tiendes tu mirada sosegada
sin comprender, ¡oh toro!, cómo ha sido.

CÁNTICO DOLOROSO AL CUBO DE LA BASURA

(de Canción sobre el asfalto , 1954)

Tu curva humilde, forma silenciosa,
le pone un triste anillo a la basura.
En ti se hizo redonda la ternura,
se hizo redonda, suave y dolorosa.

Cada cosa que encierras, cada cosa
tuvo esplendor, acaso hasta hermosura.
Aquí de una naranja se aventura
la herida piel silente y penumbrosa.

Aquí de una manzana verde y fría
un resto llora zumo delicado
entre un polvo que nubla su agonía.

Oh, viejo cubo sucio y resignado,
desde tu corazón la pena envía
el llanto de lo humilde y lo olvidado.

 A LA RUEDA DE UN CARRO

(de  Canción sobre el asfalto,1954)

Tristemente, las ruedas van hundiendo en el barro
su gemido incansable, monocorde, doliente, lagrimones
de cieno se desprenden temblando,
desplomándose suaves, silenciosos y lentos,
dulcemente redondos, tiernamente pausados.

Aquí en esta madera, que se queja cansada,
cantaron jubilosos, espléndidos, los pájaros,
y las ramitas tiernas con su verde ventura
temblaron mansamente bajo el viento de mayo.

Redonda va la pena, redonda va la muerte,
redonda va la rueda, torpemente girando…
Y sobre el carro, lento, cargado de verduras,
un mocetón alegre no sé qué va cantando.

A UN ESQUELETO DE MUCHACHA

(El corazón y la tierra (1946)

 Homenaje a Lope de Vega


En esta frente, Dios, en esta frente
hubo un clamor de sangre rumorosa,
y aquí, en esta oquedad, se abrió la rosa
de una fugaz mejilla adolescente.

Aquí el pecho sutil dio su naciente
gracia de flor incierta y venturosa,
y aquí surgió la mano, deliciosa
primicia de este brazo inexistente.

Aquí el cuello de garza sostenía
la alada soledad de la cabeza,
y aquí el cabello undoso se vertía.

Y aquí, en redonda y cálida pereza,
el cauce de la pierna se extendía
para hallar por el pie la ligereza.

OCASO

(de El corazón y la tierra, 1946) 

Yo estaba junto a ti, calladamente
se abrasaba el paisaje en el ocaso
y era de fuego el corazón del mundo
en el silencio cálido del campo.

Un no sé qué secreto, sordo, ciego,
me colmaba de amor; yo, ensimismado,
estaba fijo en ti, no comprendiendo
el profundo misterio de tus labios.

Puse mi boca en su insistencia pura
con un temblor casi de luz, de pájaro,
y vi el paisaje convertirse en ala
y arder mi frente contra el cielo alto.

¡Ay locura de amor!, ya todo estaba
en vuelo y en caricia trasformado….
Todo era bello, venturoso, abierto…
Y el aire ya tornose casi humano.

PAISAJE

(de Poemas del toro y otros versos (1940-1941-1949)

Qué silencio tan grande el de este campo,
qué vastas y dormidas soledades,
qué inmensidad vacía,
qué tremenda tristeza derramada por los aires,
la sierra se derrumba lentamente
sobre la mansa angustia de los valles
que elevan puros, asombrados, ciegos,
el encendido grito de los árboles,
el cielo es plomo gris que se derrumba
sobre el pavor silente del paisaje,
es un inmenso buitre hambriento y sordo,
un infinito dios amenazante.

  EN UNA TARDE DE DESENGAÑO Y PENA

(de  Poemas del toro y otros versos, 1940-1941)-1949)

Soledad, soledad late en mis venas.
Hay un cielo vacío, indiferente,
y es una ausencia et río y sus arenas
que dora el sol lejano del poniente.

Todo está solo: el corazón y el viento
a la deriva van por la alameda.
Yo me siento vacío, sólo siento
la ausencia enorme que en mis venas queda.


domingo, 30 de abril de 2017

JOSÉ HIERRO


José Hierrro
Ana Alejandre

José Hierro, poeta nacido en Madrid el 3 de abril de 1922, hijo de un empleado de Telégrafos. La familia se trasladó a Santander, ciudad natal de su madre, cuando tenía dos años, por cambio de destino de su padre.

Cursó estudios en el Colegio de los Salesianos y, posteriormente estudió peritaje electromecánico en la Escuela de Industrias. La Guerra Civil le impidió terminar dichos estudios.. Sus primeros versos de juventud fueron publicados en varias publicaciones cercanas al frente republicano.
Pasó los años de la contienda en Santander con su familia. Su padre fue encarcelado al comenzar la guerra y, también, el poeta pasó parte de la guerra en la cárcel por pertenecer a una "organización de ayuda a los presos políticos", pasando por las cárceles de Comendadoras (Madrid), Palencia, Santander, Porlier y Torrijos (Madrid), Segovia y Alcalá de Henares. Fue procesado dos veces y condenado a doce años y un día de reclusión, aunque estuvo en prisión cuatro años en total. Esta experiencia vital le marcó profundamente y cuya huella aparece reflejada en su obra poética posterior.

Fue miembro activo de la fundación de la revista Proel, en 1942, junto a su gran amigo José Luis Hidalgo al que conoció al principio de la guerra. Se trasladó a Valencia en 1946. El 3 de febrero de dicho año falleció José Luís Hidalgo en el Sanatorio de Chamartín.

Publicó sus dos primeros poemarios, el primero de ellos fue "Tierra sin nosotros" (1947), en el que utiliza metáforas otoñales para describir la situación de España como la de un país que se encuentra en ruinas; el segundo, "Alegría" (1947), fue un punto de inflexión del anterior, pues su visión se hace más optimista y esperanzada, insistiendo en la siempre necesaria esperanza para construir un futuro mejor, pero sin dejar, por ello, un tono en el que se advierte cierto pesimismo y amargura. Por este último poemario recibió el Premio Adonais de Poesía. Estas dos visiones de la realidad circundante se fue decantando, en sus siguientes obras, en un evidente escepticismo y angustia existencial lo que se advierte en títulos como "Con las piedras, con el viento" (1950), publicada por Proel; y "Quinta del 42" (1952).

Hierro, regresó a Santander donde realizó diversos trabajos de mera supervivencia: listero tornero, conferenciante en las bibliotecas de la provincia, redactor-jefe de las revistas de la Cámara de Comercio y de la Cámara Sindical Agraria, entre otros,

Se instaló definitivamente en Madrid en 1952, donde empezó a trabajar en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en el Ateneo, dirigiendo la Sala de Santa Catalina, y en la Editora Nacional. Fue colaborador en Radio Exterior de España y Radio 3.

Le fue otorgado el Premio Nacional de Poesía en 1953, momento en el que la crítica comenzó a reconocerle como una voz poética de singular valor y, desde ese momento, fue distinguido con los más prestigiosos premios de la poesía española.

Fue a partir de la década de los cincuenta cuando inició la escritura más comprometida con los temas sociales, pero sin abandonar, por ello, las cuestiones puramente formales, lo que se evidencia en su poemario "Cuanto sé de mí" (1957).

El propio autor explica en el prólogo de su antología completa de sus poemas que apareció con el título "Cuanto sé de mí" (1974), la distinción que hace entre dos tipos de composiciones poéticas: las llamadas "crónicas" que tratan el tema poético de forma directa y narrativa, pero siempre con una velada emoción y ritmo intrínseco; y las denominadas "alucinaciones", escritas de forma más hermética y en las que se aúnan la imaginación, el recuerdo y, en ocasiones, evidentes elementos surrealistas. Por ello, su poesía se instala en un equilibrio constante entre los dos extremos que son, por una parte, el deseo testimonial y, por el otro, el intimismo, lo que dota a su obra poética de una constante tensión dramática que se refleja en la propia relación existente entre ambos polos antagónicos que el poeta resuelve, como un alquimista de la palabra, de forma que sus vivencias y experiencias personales las transmuta en experiencias colectivas, pues considera, y así lo expresa, que los problemas personales son siempre compartidos por el resto de los demás seres humanos que viven en una misma sociedad y en una misma época como era la española, sumida en una crisis total, después de la contienda fratricida.

Los temas que se dibujan más importantes en la obra de José Hierro son el paso inevitable del tiempo, al que examina desde el recuerdo para aprehender al pasado y con ello se apropia de todo aquello que conforma su memoria y forma parte del imaginario colectivo como son la amistad, la juventud ya perdida, el paso del tiempo, la tierra de Santander, la naturaleza y siempre como fondo, el mar. En toda su obra se advierte que el recuerdo sirve como bálsamo al poeta para poder superar el presente desolado con la emoción y el dulzor de sus recuerdos. El espíritu apasionado del poeta está presente en toda su obra poética, su vitalismo, su amor a la vida a pesar de todos los pesares, y en todo ello siempre está presente su visión desolada del presente, sin olvidar el análisis intimista e introspectivo. Lo uno y lo otro nunca se separan en la poesía de Hierro.

Formalmente, Hierro usa un lenguaje sencillo, claro y austero, huyendo de todo lo alambicado y del lenguaje rebuscado por lo que emplea palabras sencillas, del lenguaje corriente, pero a las que dota de una belleza y significación especial el propio contexto poético. No usa metáforas, porque no cree en la belleza de las palabras en sí mismas, sino en la oportunidad de su uso, en su justa adecuación al momento poético. Utiliza varios tipos de métrica, con diferente modelos de estrofas y el verso libre. Sin renunciar a ninguna variante de expresión poética.

Su obra en la que se encuentran mejor expresadas y con mayor altura sus preocupaciones estéticas y formales fue "Libro de las alucinaciones" (1964), obra en la que los elementos mágicos, el exquisito interés por la imagen justa, el cromatismo a través de la adjetivación, la ruptura con el espacio y el tiempo y el interés por hallar los elementos más velados y genuinos del poema, encuentran su mejor y más pura expresión.

Después de un larguísimo silencio, publicó "Agenda" (1991) y "Cuaderno de Nueva York" (1998), extraordinario poemario en el que se conjugan la constante tensión lírica con la más profunda emoción y ternura, siempre en tono narrativo.

José Hierro está encuadrado en la primera generación de la posguerra, y en la llamada poesía desarraigada o existencial. Su poesía está vinculada a la evocación, al recuerdo y al tiempo. Aunque sus principios poéticos fueron reivindicativos y testimoniales, como las memorias de un niño de la guerra, aunque no se le puede considerar un poeta social, ya que su poesía se fue decantando hacia un tono más existencial y colectivo. Por los valores de su obra que es, al mismo tiempo, intimista y testimonial, su poesía es apreciada como una de las importantes y consolidadas de la llamada poesía española de posguerra.

Su obra poética fue galardonada con los más prestigiosos premios como el Príncipe de Asturias (1981) y el Cervantes (1998). Recibió, en 1995, el IV Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más importante del ámbito poético español. En ese mismo año fue investido doctor honoris causa por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Fue elegido miembro de la Real Academia Española de la Lengua El 8 de abril de 1999.

Falleció el 21 de diciembre del 2002 en Madrid.

Bibliografia de José Hierro

BIBLIOGRAFÍA 
José Hierro

Alegría (1947)
Tierra sin nosotros (1947)
Con las piedras, con el viento (1950)
Quinta del 42 (1952)
Antología (1953)
Estatuas yacentes (1955)
Cuanto sé de mí (1957)
Poesías completas. 1944-1962 (1962)
Libro de las alucinaciones (1964)
Problemas del análisis del lenguaje moral (1970)
Cuanto sé de mí (1974)
Quince días de vacaciones (1984)
Reflexiones sobre mi poesía (1984)
Cabotaje (1989)
Agenda (1991)
Prehistoria literaria (1991)
Emblemas neurorradiológicos (1995)
Sonetos (1995)
Cuaderno de Nueva York (1998)
Guardados en la sombra (2002)
José Hierro. Poesías completas (1947-2002) (2009)

PREMIOS

Premio Adonáis (1947)
Nacional de Poesía (1953)
Premio de la Crítica (1958, 1965, 1998)
Premio de Poesía de la Fundación Juan March (1959)
Premio Príncipe Asturias de las letras (1981)
Premio Nacional de las Letras Españolas (1990)
Premio Reina Sofía de Poesía (1995)
Premio Cervantes (1998)
Premio Europeo de Literatura Aristeión (1999)
Premio Nacional de Poesía (1999)

ENLACES


Poemas de José Hierro

Para Franz Shubert                                                                        
¡Jisé Hierro
(Quinteto en Do mayor)
A Paca Aguirre

I
Apenas vaho sobre el cristal
con ademanes de ceniza, con estelas de niebla,
señala el mayordomo el lugar reservado
a cada uno de los comensales,
y susurra sus nombres con sílabas de ráfaga.
Franz —todos— bebe copas, copas, copas
de un oro ajado, de un resplandor marchito,
una luz madura en otras tierras
diluidas en la memoria.
¿Dónde estarán los compañeros que no ve?
Acaso fueron arrastrados por las aguas de Heráclito
hasta donde el ocaso se remansa y languidece.
Han cesado las risas. Las palabras son ascuas.
Todo es en este instante
desolación, herrumbre, acabamiento.
Huele a manzanas y a membrillos
demasiado maduros.
A través del ojo de buey
Franz contempla los días
que se aproximan navegando.
La ciudad que lo espera le saluda
con sus brazos alzados a las nubes,
enfundados en terciopelo gris.
Paralizado, congelado, el tiempo
va adquiriendo la pátina de estar atardeciendo,
otoñándose sobre el mar,
sobre la muerte, sobre el amor, sobre la música
que se libera, misteriosamente,
de nadie sabe qué prisiones.
II
Esta música lleva mucha muerte dentro.
El amor lleva dentro mucha música,
mucho mar, mucha muerte.
La muerte es un amor que habla con el silencio.
El amor es una melodía hija del mar y de la muerte:
asciende, gira, enlaza el cuerpo, lo encadena
hasta asfixiarlo despiadadamente.
III
La nave fantasmal —pero real— navega—
sobre el amor, sobre la muerte
(también sobre el olvido),
y glisa sobre el arpa de las olas,
navega sobre el agua como el laúd sobre la música
(y es que música y mar tienen el mismo origen).
Este mar lleva dentro mucha música,
mucho amor, mucha muerte.
Y también mucha vida.
IV
...Y también mucha vida.
No sólo la que testimonia
el hervor de los brazos blanquísimos de las olas
al otro lado del cristal —solar, lunar— del camarote,
sino la que agoniza en el lado de acá.
Abanicos de plumas y de oro empiezan a girar.
Giran y giran cada vez más vertiginosamente
—acelerando, siempre acelerando—
absorbidos, cautivos, reclamados por bocas abisales,
fraques azules, grises, rumor de besos y batir de alas,
ojos ennoblecidos por las lágrimas,
labios besados hondamente, que por eso
tienen más vida que quitar,
y el giro, el giro, el vértigo del vals,
el del polaco tísico
que escuchaba en la Valldemosa invernal
golpear insistente sobre el suelo la gota de agua.
El vals futuro, felicidad florida
de la dinastía risueña de los vieneses
resucitados cada 1 de enero en los televisores,
supervivientes de un imperio feliz e injusto
que ya no puede ser.
Son absorbidos, chupados, esclavizados
por lo hondo tenebroso. En el embudo
caen y desaparecen gorjeos de las aves
de los bosques de Viena, huéspedes de las ramas
húmedas de los tilos y los abedules,
aroma de grosellas y frambuesas,
de fresas y de arándanos: todos aprisionados
en las redes de escarcha del otoño.
El implacable sumidero
devora tules, sedas, lámparas de luz azulada,
nubes que se suicidan arrojándose
al hueco que termina
en el corazón verde del mar,
en la hoguera sombría y helada de la nada,
en lo fatal, irreversiblemente mudo.
Los invisibles compañeros
contemplan aterrados y desamparados
ese derrumbamiento que acaba en el silencio.
V
.El silencio que surca el ataúd de caoba.
a sus desvanecidos compañeros.
Con la clarividencia del moribundo
oye su despedida, sus adioses
con voces de violines, de violas, de violonchelos.
Sonaban a diamante y penumbra.
La nave —¿o ataúd?— en que Franz llega,
irremediablemente solo, cabecea sobre las ondas,
las azota su quilla con ritmo sosegado:
—chasquido, pellizcado, pizzicatto sombrío—
entre dos nadas, entre dos nuncas.
VI
 Entre dos nuncas. El recién llegado
contempla el cielo encajonado
entre dos muros, entre dos sombras, entre dos silencios,
entre

Contratiempo
Este poema tiene un son
que no es el suyo. Imaginad
que estamos bailando un bolero.
Pero la música que suena
yo no la oigo: es otro ritmo,
otro compás, el que yo llevo.
Bailo a destiempo, a contratiempo.
Mi pareja se queja porque
la estoy pisando. ¿Cómo puedo
decirle que escucho una música
que ya sonó o no sonó nunca?
Nos sentamos. No nos mirabamos.
(No nos veríamos).
El son
de este poema no es el suyo:
llevamos músicas distintas.
Por eso el baile es imposible
y debo desistir.

Cuaderno de Nueva York (1998)
Don Antonio Machado tacha en su agenda un número de teléfono

Borra de tu memoria
este número de teléfono.
2-6-8-1-4-5-6.
Táchalo en tu agenda.
Si ahora marcaras este número que no puede escucharte,
nadie respondería. Este número sordomudo:
2-6-8-1-4-5-6.
Borra, olvídalo, tacha este número muerto:
es uno más, aunque fue único.

Las hojas de tu agenda tienen más tachaduras
que números y nombres.
Ya quedan menos a los que llamar;
apenas quedan números y nombres que te hablen
o que te escuchen: 2-6-8-1-4-5-6.
Haz todo lo que puedas para que se disuelva en tu memoria:
destrúyelo, trastuécalo:
8-6-2-4-1-5-4,
rómpele el ritmo que le correspondía:
4-5-2-6-1-8-4,
ya no lo necesitas,
no necesitas esos números, esos nombres o sombras.
2-6-8-1-4-5-6:
«¿Está Leonor?»
Y suponiendo que alguien te responda,
será otra voz la que responderá.
Baraja el número, confúndelo, desordénalo.
Así: 1-4-2-5-6-8.
«¿Está Guiomar?»
Baraja números y nombres, barájalos,
sobre todo los nombres:
«¿Está Guionor?» «¿Está Leomar?»
Silencio.
Olvida, tacha, borra, desvanece
esos nombres y números,
no intentes modelar la niebla.
resígnate a que el viento la disperse.
¡Colinas plateadas...!

(Agenda, 1991)

Acelerando

Aquí, en este momento, termina todo,
se detiene la vida. Han florecido luces amarillas
a nuestros pies, no sé si estrellas. Silenciosa
cae la lluvia sobre el amor, sobre el remordimiento.
Nos besamos en carne viva. Bendita lluvia
en la noche, jadeando en la hierba,
Trayendo en hilos aroma de las nubes,
poniendo en nuestra carne su dentadura fresca.
Y el mar sonaba. Tal vez fuera su espectro.
Porque eran miles de kilómetros
los que nos separaban de las olas.
Y lo peor: miles de días pasados y futuros nos separaban.
Descendían en la sombra las escaleras.
Dios sabe a dónde conducían. Qué más daba. «Ya es hoy
—dije yo—, ya es hora de volver a tu casa».
Ya es hora. En el portal, «Espera», me dijo. Regresó
vestida de otro modo, con flores en el pelo.
Nos esperaban en la iglesia. «Mujer te doy». Bajamos
las gradas del altar. El armonio sonaba.
Y un violín que rizaba su melodía empalagosa.
Y el mar estaba allí. Olvidado y apetecido
tanto tiempo. Allí estaba. Azul y prodigioso.
Y ella y yo solos, con harapos de sol y de humedad.
«¿Dónde, dónde la noche aquella, la de ayer...?», preguntábamos
al subir a la casa, abrir la puerta, oír al niño que salía
con su poco de sombra con estrellas,
su agua de luces navegantes,
sus cerezas de fuego. Y yo puse mis labios
una vez más en la mejilla de ella. Besé hondamente.
Los gusanos labraron tercamente su piel. Al retirarme
lo vi. Qué importa, corazón. La música encendida,
y nosotros girando. No: inmóviles. El cáliz de una flor
gris que giraba en torno vertiginosa.
Dónde la noche, dónde el mar azul, las hojas de la lluvia.
Los niños —quiénes son, que hace un instante
no estaban—, los niños aplaudieron, muertos de risa:
«Qué ridículos, papá, mamá». «A la cama», les dije
con ira y pena. Silencio. Yo besé
la frente de ella, los ojos con arrugas
cada vez más profundas. Dónde la noche aquella,
en qué lugar del universo se halla. «Has sido duro
con los niños». Abrí la habitación de los pequeños,
volaron pétalos de lluvia. Ellos estaban afeitándose.
Ellas salían con sus trajes de novia. Se marcharon
los niños —¿por qué digo los niños?— con su amor,
con sus noches de estrellas, con sus mares azules,
con sus remordimientos, con sus cuchillos de buscar pureza
bajo la carne. Dónde, dónde la noche aquella,
dónde el mar... Qué ridículo todo: este momento detenido,
este disco que gira y gira en el silencio,
consumida su música...

Libro de las alucinaciones ,(1964)

Canción del ensimismado en el puente de Brooklyn

Apretó las esquirlas
de sol entre los dedos
como si modelase
la mañana con ellos.
En el puente de Brooklyn.

La luz quita a las cosas
su densidad, su peso.
Alas les da: que sean
criaturas del viento.
Luces les da: que moje
sus frentes el misterio.
En el puente de Brooklyn.

Una mujer le entrega
un periódico: «Léalo,
es importante. Mire
las aguas: llevan muertos».
¿Muertos? Mira las aguas.
Son sólo un curso negro.
En el puente de Broortos». (Pero otros muertos).
En el puente de Brooklyn.

Se entreabre el río. Muestra
las entrañas del tiempo

Revive lo vivido,
rescata lo pretérito.
«Mire los muertos. Lea
lo que dice...» (Sus muertos...,
su corazón, debajo
del agua, en el silencio...)
No ve: recuerda sólo.
Se ve a sí mismo muerto.
¿Cómo decir que ha sido
quien dio figura al fuego,
quien lloró por Aquiles,
el de los pies ligeros;
quien besara en la boca a
Julieta Capuleto?
En el puente de Brooklyn.

¿Mendigo de qué mundo?
¿Errante por qué tiempo
marchito? La mujer
se va desvaneciendo.
En el puente de Brooklyn.
(Libro de las alucinaciones , 1964)

Carretera

Volví, volvía —con qué poca ilusión—
a donde tuve mis raíces, mis recuerdos, mi casa
frente al mar, y los árboles
plantados por mis manos, pisoteados por los niños,
comidos por los animales.
Mi casa junto al mar, más solariega
que otras, la que fue más hermosa que todas.
Con qué poca ilusión volvía.

Cárdenas tierras húmedas y soleadas, trigos
color de aquellos ojos, pincelada morada
sobre lo verde, allá en Vivar del Cid,
murallas de olmos negros, amapolas,
verdes sombríos por Entrambasmestas,
platas de la bahía, con qué poca ilusión
pasaba por vosotros.

Cómo se puede vaciar así
un corazón. Cómo se puede
llorar así, por dentro. Frustraciones o muertes
nada me arrancó lágrimas desde aquellos aviones
los que volaban sobre mí y arrasaban mi mundo
sin que arrojasen bombas, ni ametrallasen: sólo
con el ruido de sus motores,
demasiado terrible para mí entonces y ahora.

Qué quedó de mi vida entre sus alas.
Qué en la música oída en la noche,
la que vestía nuestra desnudez
mientras caía el agua cálida, qué gozo, el agua...
Qué se hundió por aquellas escaleras
precipitadas en la noche.
Qué congeló la luna que iluminaba las fachadas.
Qué llevó la marea en la playa de octubre.

Cómo es posible edificar,
reconstruir con tantos materiales
disueltos en el tiempo,
gastados por la lluvia que no vimos caer...

Volví, volvía como ahogado
bajo un montón de escombros
que fueron mi edificio, mi alcázar,
sin una sola lágrima —para qué— que llorar,
apoyado en el llanto de otros días,
como si sólo con lágrimas de entonces
pudiese liberarse este dolor presente
que ya no encuentra llanto.

(Libro de las alucinaciones,1964)
El mar en la llanura

¿Estarás siempre de mi parte,
adormecida entre mis brazos,
primaveral y musical,
afirmándote y afirmándonos?

¿A centenares de kilómetros,
a millares de encinas y álamos,
a millones de horas, de ríos,
de cumbres de piedra, de páramos?

Esta mañana te ha teñido
el recuerdo de vinos pálidos.
En las ramas de acacia, otoño
puso a dorar su seco manto.

Hojas crujían con la música
con que embistes acantilados.
La llanura fingió latidos,
temblores, fuegos oceánicos.

¿Tu compañía? ¿Tu nostalgia?
¿Tu esperanza?... ¿Siempre a mi lado
estarás, mar, primaveral,
afirmándote y afirmándonos?

Mar mía, ¿pase lo que pase,
aun después de lo que ha pasado?

(Libro de las alucinaciones,1964)

Apagamos las manos

Apagamos las manos. Dejemos encima del mar marchitarse la luna
y nos pusimos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Ahora ya es tarde. Las albas vendrán a ofrecernos sus húmedas flores.
Ciegos iremos. Callados iremos, mirando algo nuestro que escapa
hacia su patria remota.
(Nuestro espíritu debe de ser, que cabalga sobre las olas).

Ahora ya es tarde. Apagamos las manos felices
y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Hemos caído en un pozo que ahoga los sueños.
Hemos sentido la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca.

Antes, entonces, con qué gozo ardiente,
qué prodigioso encenderse de aurora
modelamos en nieblas efímeras, en pasto de brisas ligeras,
nuestra cálida hora.
Y cómo apretamos las ubres calientes. Y cómo era hermoso
pensar que no había ni ayer, ni mañana, ni historia.

Ahora ya es tarde; apagamos las manos felices
y nos ponemos a andar por la tierra cumplida de sombra.
Cómo errar por los años, como astros gemelos, sin fuego,
como astros sin luz que se ignoran

Cómo andar, sin nostalgia, el camino, soñando dos sueños distintos
mientras en torno el amor se desploma.

Ahora ya es tarde. Sabemos. Pensamos. (Buscábamos almas).
Ahora sabemos que el alma no es piedra ni flor que se toca.
Como astros gemelos y ajenos pasamos, sabiendo
que el alma se niega si el cuerpo se niega.
Que nunca se logra si el cuerpo se logra.

Dejamos encima del mar marchitarse la luna.
Cómo errar, por los años, sin gloria.
Cómo aceptar que las almas son vagos ensueños
que en sueños tan sólo se dan, y despiertos se borran.
Qué consuelo ha de haber, si lograr una gota de un alma
es pretender apresar el latir de la tierra, desnuda y redonda.

Estamos despiertos. Sabemos. Como astros , caídos,
sentimos la boca glacial de la muerte tocar nuestra boca
(Con las piedras, con el viento.., 1950)

Alucinación

Amanece. Descalzo he salido a pisar los caminos,
a sentir en la carne desnuda la escarcha.
¡Tanta luz, tanta vida, tan verde cantar de la hierba!
¡Tan feliz creación elevada a la cima más alta!
Siento el tiempo pasar y perderse y tan sólo por fuera de mí se detiene.
Y parece que está el universo encantado, tocado de gracia.
¡Tanta luz, tanta vida, tan frágil silencio!
¡Tantas cosas eternas que mellan al tiempo su trágica espada!
¡Tanta luz, tan abiertos caminos!
¡Tanta vida que evita los siglos y ordena en el día su magia!
Si la flor, si la piedra, si el árbol, si el pájaro;
si su olor, su dureza, su verde jadeo, su vuelo entre el cielo y la rama.
Si todos me deben su vida, si a costa de mí, de mi muerte es posible su vida,
a costa de mí, de mi muerte diaria...

¡Tanta luz, tan remoto latir de la hierba...!
(Descalzo he salido a sentir en la carne desnuda la escarcha).
¡Tanta luz, tan oscura pregunta!
¡Tan oscura y difícil palabra!
¡Tan confuso y difícil buscar, pretender comprender y aceptar,
y parar lo que nunca se para.

(Alegría, 1947)


Canción de cuna para dormir a un preso

La gaviota sobre el pinar.
(La mar resuena.)
Se acerca el sueño. Dormirás,
soñarás, aunque no lo quieras.
La gaviota sobre el pinar
goteado todo de estrellas.

Duerme. Ya tienes en tus manos
el azul de la noche inmensa.
No hay más que sombra. Arriba, luna.
Peter Pan por las alamedas.
Sobre ciervos de lomo verde
la niña ciega.
Ya tú eres hombre, ya te duermes,
mi amigo, ea...

Duerme, mi amigo. Vuela un cuervo
sobre la luna, y la degüella.
La mar está cerca de ti,
muerde tus piernas.
No es verdad que tú seas hombre;
eres un niño que no sueña.
No es verdad que tú hayas sufrido:
son cuentos tristes que te cuentan.
Duerme. La sombra toda es tuya,
mi amigo, ea...

Eres un niño que está serio.
Perdió la risa y no la encuentra.
Será que habrá caído al mar,
la habrá comido una ballena.
Duerme, mi amigo, que te acunen
campanillas y panderetas,
flautas de caña de son vago
amanecidas en la niebla.

No es verdad que te pese el alma.
El alma es aire y humo y seda.
La noche es vasta. Tiene espacios
para volar por donde quieras,
para llegar al alba y ver
las aguas frías que despiertan,
las rocas grises, como el casco
que tú llevabas a la guerra.
La noche es amplia, duerme, amigo,
mi amigo, ea...

La noche es bella, está desnuda,
no tiene límites ni rejas.
No es verdad que tú hayas sufrido,
son cuentos tristes que te cuentan.
Tú eres un niño que está triste,
eres un niño que no sueña.
Y la gaviota está esperando
para venir cuando te duermas.
Duerme, ya tienes en tus manos
el azul de la noche inmensa.
Duerme, mi amigo...
Ya se duerme
mi amigo, ea...
(Tierra sin nosotros, 1947)

Cumbre

Firme, bajo mi pie, cierta y segura,
de piedra y música te tengo;
no como entonces, cuando a cada instante
te levantabas de mi sueño.

Ahora puedo tocar tus lomas tiernas,
el verde fresco de tus aguas.
Ahora estamos, de nuevo, frente a frente
como dos viejos camaradas.

Nueva canción con nuevos instrumentos.
Cantas, me duermes y me acunas.
Haces eternidad de mi pasado.
Y luego el tiempo se desnuda.

¡Cantarte, abrir la cárcel donde espera
tanta pasión acumulada!
Y ver perderse nuestra antigua imagen
arrebatada por el agua.

Firme, bajo mi pie, cierta y segura,
de piedra y música te tengo.
Señor, Señor, Señor: todo lo mismo.
Pero, ¿qué has hecho de mi tiempo?
(Tierra sin nosotros, 1947)

Despedida del mar

Por más que intente al despedirme
guardarte entero en mi recinto
de soledad, por más que quiera
beber tus ojos infinitos,
tus largas tardes plateadas,
tu vasto gesto, gris y frío,
sé que al volver a tus orillas
nos sentiremos muy distintos.
Nunca jamás volveré a verte
con estos ojos que hoy te miro.

Este perfume de manzanas,
¿de dónde viene? ¡Oh sueño mío,
mar mío! ¡Fúndeme, despójame
de mi carne, de mi vestido
mortal! ¡Olvídame en la arena,
y sea yo también un hijo
más, un caudal de agua serena
que vuelve a ti, a su salino
nacimiento, a vivir tu vida
como el más triste de los ríos!

Ramos frescos de espuma... Barcas
soñolientas y vagas... Niños
rebañando la miel poniente
del sol... ¡Qué nuevo y fresco y limpio
el mundo...! Nace cada día
del mar, recorre los caminos
que rodean mi alma, y corre
a esconderse bajo el sombrío,
lúgubre aceite de la noche;
vuelve a su origen y principio.

¡Y que ahora tenga que dejarte
para emprender otro camino!...

Por más que intente al despedirme
llevar tu imagen, mar, conmigo;
por más que quiera traspasarte,
fijarte, exacto, en mis sentidos;
por más que busque tus cadenas
para negarme a mi destino,
yo sé que pronto estará rota
tu malla gris de tenues hilos.
Nunca jamás volveré a verte
con estos ojos que hoy te miro.

(Tierra sin nosotros,1947)

Entonces

Cuando se hallaba el mundo a punto
de que el prodigio sucediese.
Cuando las horas esperaban
que unas manos las exprimiesen.
Cuando las ramas opulentas
daban su sombra a nuestras frentes.
Cuando en el mundo se morían
todos los tristes y los débiles.
Cuando el soñar, el sentir hondo,
cuando el beber ávidamente
la luz, la brisa, el agua, el aire,
eran primero que la muerte.
Cuando las tardes solitarias,
cuando los árboles más verdes,
cuando las conchas de colores
a nuestras madres sonrientes,
a nuestras novias de ojos grises
como la escama de los peces.
Cuando eran pena y alegría
nuestros amables timoneles
y no existía otro paisaje
que 
el que alzaba su luna enfrente:
mundo que abría cada día
sus lejanías, frutalmente.

(¿Eras así, tan sin palabras
Primaverales que te expresen?
¿Tan de elementos terrenales:
arena, piedra, hierba, nieve?
¿Nombres de tiempos, de lugares
deshojados diariamente:
Piélagos, Hoces, Montes Claros,
octubre, enero, abril, noviembre?)

Yo no te pinto otros colores
que los colores que tú tienes.
¿Eras así, mi paraíso,
rumor del agua cuando llueve,
hacha que hiere la madera,
fuego que incendia la hoja verde?

Yo no me acuerdo ya de aquello.
Un día tuve que perderte.
Cuando se hallaba el mundo a punto
de que el prodigio sucediese,
Cuando tenía cada instante
un ritmo nuevo y diferente
cada estación sus ubres llenas,
rebosantes de blanca leche...

(Tierra sin nosotros, 1947)